El General en los Andes
(Bosquejo
psicológico extraído del libro ”Fortaleza Sanmartiniana” de Santiago
Wienhauser)
San Martín contenía una impaciencia que lo impulsaba a llevar la libertad a los
pueblos cuyos clamores traspasaban la cumbre de los Andes. Sólo sentía una
subyugante incógnita: triunfo en Lima o fracaso en su patria.
Momentos
de inquietudes y de esperanzas.
Desde
su llegada a Mendoza, veía en las murallas andinas un terrible adversario que le
originaba desasosiegos. Muchas veces contemplaba la cordillera en su perenne
desafío al cielo. Y la miraba, preocupado, como quien desea habituarse a
dominar emociones ante la visión de un espectáculo formidable.
Acerca
de sus vigilias y meditaciones, en carta a Don Tomás Guido, del 14 de junio de
1816, dice:
“…Lo que no me deja
dormir, no es la oposición que puedan hacerme los enemigos, sino el atravesar
estos inmensos montes…”
En
estos abruptos lugares, el Universo parecía mostrar su orgullo al brindar un
hermoso escenario a la magna empresa de alistar las armas para una América
libre.
La
cordillera de los Andes se imponía majestuosa bajo el suntuoso ropaje tejido
con deshielos. Era la estación propicia de penetrar entre grietas y de andar
por interminables quebradas, desfiladeros, bordeando precipicios.
El
Aconcagua (centinela de piedra) descollaba a lo lejos, con su cresta nevada,
como un personaje portentoso a quien el tiempo eternizó para imperar en las
alturas.
San
Martín, con la atención de los genios, escrutaba la ruta por este fantástico
promontorio. Y sus ojos, más ávidos que nunca, vieron el rumbo que soñaron
tantos años para llegar a la fuente donde aplacar la sed de su obsesión por la libertad.
La
Naturaleza agreste, en maravilloso despliegue de belleza, le reservaba,
secretamente, terribles obstáculos para vencer.
En
actitud expectante esperaba que su estrella le señalara la hora de la
iniciación.
Miraba
absorto los dilatados límites del magnífico panorama. Lo embelesaba una pasión
rayana en el delirio. En estado de arrobamiento, los pies tocaron las
estribaciones de la cordillera. La primer piedra, como impregnada de un poder
mágico, le acrecentó el coraje para seguir su destino de Libertador. Y comenzó
a ascender la senda del heroísmo.
El
General en Jefe del Ejército de los Andes, desde su cabalgadura, contempló con
intrepidez febril, desbordante, a sus valientes granaderos.
¡Vamos!...
¡Síganme!...
El
eco de su estentórea voz de mando resonó hasta en los abismos de los cuales
despertaron espíritus que iluminaban el camino a la gloria. Se adentraron por
la montaña, en silencio, dispuestos a vivir el mundo de los estoicos. Y al
frente de su legión de patriotas, inspirados en el valor de gigantes, emprendió
la extraordinaria marcha por la cordillera.
Los
espantosos males telúricos: puna, nieve, lluvias, tempestades de truenos y de
rayos, vientos intensos, heladas le causaban trastornos físicos. En esos
pesados días, al sufrir la inclemencia de la Naturaleza, su salud se debilitó.
En medio de largos desvelos consiguió vencer la fatiga y dar a sus soldados el
ejemplo de un héroe en los peligros.
En
la altura de aquellos parajes solitarios, de enormes picos, desmoronamientos de
piedras dejaban oír sus estrepitosos diálogos. Este brutal lenguaje, forjado en
la caída destructora de peñascos, le llegaba con fuerza de presagio
electrizante. Concierto de extrañas resonancias que anuncia el feliz desenlace
del cruce cordillerano: victoria, en Chacabuco.
Después
de una continua preparación, el Libertador pudo gozar del éxtasis de los
sacrificios por servir a los hombres.
“El Aconcagua es testigo de la hazaña que sirve de
pedestal al titán de los Andes”
Desde
su campamento en San Felipe de Aconcagua, envía una nota al Director Supremo
del Estado, brigadier, Don Juan Martín de Pueyrredón:
“…Un admirable encadenamiento de sucesos prósperos
sigue hasta aquí la marcha de mis tropas. Y si es dado por ello pronosticar el
fin, parece no dilatar el de la total restauración de Chile.
“El tránsito sólo de la Sierra ha sido un triunfo.
Dígnese V.E. figurarse la mole de un ejército moviéndose con embarazoso bagaje
de subsistencias para casi un mes; armamento, municiones y demás adherentes;
por un camino de cien leguas, cruzando por eminencias escarpadas, desfiladeros,
travesías, profundas angosturas; cortado por cuatro cordilleras. En fin, donde
lo fragoso del piso se disputa con la rigidez del temperamento…”
También, desde su campamento en San
Felipe de Aconcagua, remite una nota al Gobernador de la Intendencia de Cuyo,
coronel, Toribio de Luzuriaga:
“…Ya ocupan felizmente nuestras fuerzas los pueblos
de Aconcagua y los Andes. Nuestra marcha ha sido una serie de sucesos
prósperos. Contrastando casi la Naturaleza, vencimos sin novedad alguna la
altísima y fragosa sierra de los Andes. Poseemos, en fin, una dilatada y fértil
porción del Estado de Chile.
“Yo me apresuro a participar a V.E. tan feliz
noticia, para satisfacción de ese Gobierno y de los beneméritos habitantes de
esa Provincia, principalísima causa de tan buenos efectos…”
Relacionado con el cruce de los Andes,
en nota enviada a Bruselas, al general Don Guillermo Miller, con fecha del 19
de abril de 1827, contesta a varias preguntas:
“…El ejército que pasó a Chile se componía de 4.223
hombres de línea de todas armas y 1.200 milicianos, desarmados, empleados en la
conducción de la artillería y cuidado de las muladas y caballadas. El del
enemigo, según sus listas de revista de diciembre del mismo año, cuyos
originales existen en poder del general san Martín, ascendía a 7.613 hombres de
línea y 800 milicianos armados y a sueldo…
“…Las dificultades que se tuvieron que vencer para
el paso de las cordilleras, sólo pueden ser calculadas por el que las haya
pasado. Las principales eran la despoblación, la construcción de caminos, la
falta de leña, y sobre todo de pastos. El ejército arrastraba 10.600 mulas de
silla y carga, 1.600 caballos y 700 reses, y, a pesar de un cuidado indecible,
sólo llegaron a Chile 4.300 mulas y 511 caballos en muy mal estado, habiendo
quedado el resto muerto o inutilizado en las cordilleras. Dos obuses de 6 y
diez piezas de batalla de a 4, que marchaban por el camino de Uspallata, eran
conducidos por quinientos milicianos zorras y mucha parte del camino a brazo
con el auxilio del cabrestante para las grandes eminencias. Los víveres para
veinte días que debía durar la marcha eran conducidos a mula, pues, desde Mendoza
a Chile, por el camino de Los Patos no se encuentra ninguna casa ni población y
tiene que pasarse cinco cordilleras.
“La puna o el soroche había atacado a la mayor
parte del ejército, de cuyas resultas perecieron varios soldados como
igualmente por el intenso frío. En fin, todos estaban bien convencidos de que
los obstáculos que se habían vencido no dejaban la menor esperanza de retirada.
Pero en cambio reinaba en el ejército una gran confianza, sufrimiento heroico en
los trabajos, y unión y emulación en los cuerpos…”
Escritores alemanes de la escuela de Federico
(1852), consideraron el cruce de los Andes como una lección ejemplar de nuevas
enseñanzas para la guerra. Y referente a esto, el escritor español don
Francisco Manrrique, en el tomo IX del “Memorial de Artillería”, o colección de
artículos y memorias sobre diversos ramos del arte militar, Madrid 1853,
traducido del alemán, inserta el artículo: “Otro paso memorable de montaña.
Marcha de San Martín por los Andes, en 1817, que dice:
“…La poca atención – decía en esta obra – que en
general se ha prestado al estudio de la guerra en la América del Sur, hace más
interesante la marcha admirable que el general San Martín efectuó a través de la
cordillera de los Andes, tanto por la clase de terreno en que la verificó como
por las circunstancias particulares que la motivaron.
“ En esta marcha, así como en las de Napoleón y
Suwarof por los Alpes y la de Pereofski por los desiertos de Turania
(Turquestán), se confirma más la idea de que un ejército puede arrostrar toda
clase de penalidades, si está arraigada en sus filas, como debe, la sólida y
verdadera disciplina militar. No es posible llevar a cabo grandes empresas, sin
orden, gran amor al servicio y una ciega confianza en quien los guía. Estos
atrevidos movimientos en los caudillos que los intentan, tienen por causa la
gran fuerza de voluntad, el inmenso ascendiente sobre sus subordinados, y el
estudio concienzudo que deben practicar sobre el terreno donde han de ejecutar
sus operaciones para adquirir un exacto conocimiento de las dificultades que
presente, y poderlas aprovechar en su favor, siendo su principal y útil
resultado, enseñarnos que las montañas, por más elevadas que sean, no deben considerarse
como baluartes inexpugnables, sino como obstáculos estratégicos.
“El carácter, la constancia y el buen ejemplo que
daba el general San Martín, que era el primero en la fatiga y el sufrimiento, y
que sostenía y celaba con inteligencia la moral del soldado, pudieron llevar a
feliz éxito tan atrevida empresa. Y por fin después de andar veintitrés días,
el ejército republicano se presentó como llovido del cielo al otro lado de la
montaña entre los dos cuerpos españoles. La victoria no podía ser dudosa.
“San Martín se mostró digno de estar a la cabeza de
tan arriesgada empresa”.
La marcha triunfal tuvo su culminación gloriosa el
12 de febrero de 1817, en Chacabuco.
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